lunes, 9 de agosto de 2021

 

NOCHES FRÍAS DE SORIA


Ciria y Reznos están muy cerca, pero climáticamente parecen estar muy lejos. En Ciria las noches son muy agradables, en Reznos hace un frío que pela. Salimos de Reznos con toda nuestra ropa de abrigo puesta, la que llevábamos “por si acaso luego refresca” porque por el día se puede ir en manga corta y hasta hace calor. Pero se va el sol y empieza a llegar un viento fresco, un viento que cada vez es más fresco, y más fresco, y más fresco, y al final el adjetivo se queda corto y hay que subir al siguiente nivel. Uno tiene miedo de decirlo porque viene de un clima bastante más cálido y piensa que los que aquí, recios y curtidos en grandes fríos invernales, le van a llamar “exagerado”. Y entonces una señora de Reznos dice “Hoy hace frío” y tú descansas porque si ella ha utilizado la palabra “frío” es que realmente es lo que hace, “Frío” y no “fresco”, una noche muy fría para estar en agosto, aunque estemos en Soria. Sin embargo, pocos minutos después, llegamos a Ciria y al bajar del coche descubrimos que la temperatura es muy agradable, tan agradable que nos sobra casi toda la ropa de abrigo. La explicación es muy simple: las piedras, no las piedras de las casas sino las piedras de las montañas. Ciria está metida en el valle, un valle estrecho y abrupto, está tapada, oculta, en los repliegues de una sierra con acantilados altos y laderas muy empinadas. Por su parte Reznos está sobre una colina, totalmente expuesta al viento frío que baja del Moncayo, o de los picos nevados muchas veces de la Sierra de Urbión.  Reznos tiene unas vistas espectaculares, pero tiene un precio a pagar por esas vistas: el viento frío. Y uno se abriga bien, coge todo lo que ha traído, se pone una prenda encima de la otra (“la técnica de la cebolla”: camiseta, suéter, sudadera, chaqueta, hasta chubasquero, ese que era “por si llovía”) y se lo toma con mucha tranquilidad, porque el atardecer desde estas casas que cuelgan sobre la roca es algo espectacular.

Y si hace frío en esta noche de verano en Reznos, ¿qué hará en Peñalcazar? Desde el mismo Reznos se ve al fondo, parece fácil de llegar, pero el viajero sabe que es casi imposible si no eres de la zona, si no conoces los caminos, si no sabes dónde hay que dejar el coche, qué senda hay que seguir, por dónde se puede subir mejor los peñascos. Y además arriba no hay casi sombra y el sol puede ser tan duro como el frío, y tampoco hay nada de agua, así que mejor ir preparado porque ahí arriba vas a estar muy solo, vas a tener todo el pueblo entero para ti, y eso a veces, esa soledad absoluta en un sitio abandonado, en un pueblo fantasma, que encima está en lo alto de una sierra, puede resultar un poco amenazante. Puede resultar… pero extrañamente no resulta, al contrario… uno está muy tranquilo, casi en una paz tan absoluta como absoluto es el silencio del lugar (que solo rompe el viento cuando sopla). Curiosamente por la tarde, después de visitar Peñalcazar por la mañana, al asistir a la presentación de una novela en Reznos, la autora dirá que subía muchas veces a Peñalcazar y que esos momentos eran momentos de paz y de inspiración. Y sí, uno lo entiende perfectamente. Podría ser un lugar muy triste, un lugar que pone nervioso, un lugar del que uno se quiere marchar pronto. Pero lo que le ha pasado al viajero es todo lo contrario: no se quería ir, estaba muy a gusto allí, estaba incluso feliz y contento, y no solo feliz y contento por haber sido capaz de encontrar el lugar, y de subir andando hasta allí (ese primitivo contacto con la naturaleza que cuando vienes de una gran ciudad es tan relajante, tan bueno para la mente), sino porque el lugar, pese todo, no es un lugar triste, o no es un lugar tan triste como uno imaginaba que iba a ser. 

Sí, por supuesto, esta es mi impresión, la impresión de un viajero que viene de lejos y que conoce el sitio por primera vez, pero para la persona que me acompaña (sin cuyos impagables servicios de guía no hubiera sido capaz de llegar hasta el pueblo) la impresión es distinta. Ha subido hasta aquí muchas veces, “la primera vez a los 12 años, con mis padres”, me dice, y cada vez descubre más huellas de la destrucción, más golpes del tiempo, y por eso le cuesta más evitar la tristeza y la pena. “Esta casa tenía techo la última vez que vine”, me dice. Y cuando llegamos a la iglesia me cuenta que antes subía hasta la torre por la escalera de caracol pero que ahora ya no se atreve a subir, “porque la escalera está peor”, y esa es la diferencia, porque para el recién llegado (para mí) la destrucción ya ha terminado, pero para quien ha visto el pueblo a lo largo de muchos años, al destrucción no ha terminado ni terminará nunca hasta que no quede ni un muro en pie, hasta que todas las piedras se caigan y sean tragadas por la hierba, lo único que crece ahora aquí.

Y digo que la hierba es lo único que crece aquí porque antes había campos de trigo, no muchos campos porque arriba de la peña hay poco terreno, pero por lo visto eran campos muy fértiles, extrañamente fértiles, porque uno no se imagina que aquí arriba, en la cima de un monte, a unos mil cien metros, con acantilados por los cuatro lados, en un lugar caluroso en verano y muy frío en invierno, sin nada de agua (solo la lluvia y la nieve) pudieran existir campos de trigo. Pero ya digo, había campos de trigo y por lo visto, según dice mi guía “el trigo de aquí era muy bueno, y tenía mucha fama”. Supongo que por esto, porque era un lugar muy fácil de defender y que ofrecía una zona segura de campos, los pueblos celtas lo eligieron como lugar para vivir. Y luego vinieron los romanos que construyeron la calzada que aún se usa como camino para subir, y luego los árabes y así hasta finales del siglo XX, pueblos y pueblos, personas y personas de las que ya solo quedan unos pocos testigos vivos, unos cuantos ancianos que que niños vivieron allí, o que iban de visita al pueblo para las fiestas (porque por supuesto había fiestas, como en cualquier pueblo) aunque ir a las fiestas implicaba subir andando o con un caballo, burro o mula, o que subían con mercancías para vender (en sacos y como ya he dicho, con caballo, burro o mula, porque los coches nunca llegaron a este pueblo) y que conocían al último habitante del pueblo, el último que aguantó hasta que al final se fue a Zaragoza y cerró su casa y dejó que el viento y la lluvia y la nieve golpearan contra el tejado hasta hundirlo, ¿porque qué otra cosa se podía hacer? ¿qué otra cosa se puede hacer cuando tienes que bajar al valle a buscar agua en la fuente y ya te cuesta caminar, cuando estás siempre solo, cuando ya no tienes fuerzas para labrar los campos? Pero el pueblo, pese a todo, está deshabitado pero no olvidado. Lo repite mucho una señora que ha venido a Reznos a la presentación del libro que he mencionado antes. Puede estar abandonado, es cierto, pero los antiguos habitantes, y los que conocían a los antiguos habitantes, y los que son descendientes de los últimos habitantes, y en general todos los vecinos de los pueblos cercanos, nunca lo han olvidado, y muchas veces suben al pueblo de excursión, ellos solos o con amigos o parientes lejanos, y se lo enseñan y les cuentan historias, y de alguna manera lo mantienen vivo, vivo en la memoria. “Vivir aquí era muy duro, no teníamos nada, pero éramos felices”, nos dice una señora que de niña llegó a vivir en Peñalcazar. Puede sonar a tópico, o a visión nostálgica de la infancia, pero yo sé que es verdad.



Foto 1: Peñalcazar desde Reznos. De aquí subían andando a las verbenas de las fiestas, por la tarde, y luego vuelta andando otra vez por la noche.





Foto 2-3. La parte "buena del camino". Lo malo es que solo hay un cartel y luego te metes dentro de este pueblecito que hay que pasar obligatoriamente y ya no hay señal ninguna, y es difícil pillar a algún vecino, porque no llegan ni a diez... Y no, ahí no acaba todo, luego vienen más cruces sin señal ninguna y luego varios caminos sin asfaltar... Por eso es fundamental un buen guía de la zona. 












Foto 4-9. Subiendo a la peña y las vistas. No hay más preguntas, Señoría.

















Fotos 10-24 : El pueblo. (podría poner 50 fotos, pero no quiero se pesado, solo os diré una cosa: no he encontrado ni una lata de refresco ni una bolsa de plástico ni un envase de nada. Solo unas pocas pintadas en la iglesia. Eso sí, las cruces del cementerio se las han llevado todas...)
































Fotos 25-28. El final de la peña. Es muy llano, como suele ser en este tipo de montañas. Ahí estaban los campos de trigo, la ermita y el cementerio (del que solo quedan los muros y poco más). Por cierto, las campanas de la iglesia también se las llevaron, dicen que unos americanos de una base militar. Y hay otras historias, muchas historias...