sala de espera, 2-3
¿Cuánto tiempo hemos pasado en una sala de espera?
Esperando un tren que casi nunca llega puntual. Todos los días, todas las
semanas, todos los meses, todos los años… Siempre la misma estación, siempre
las mismas paredes. Muchas veces los mismos pasajeros. Hemos ido al trabajo en
tren, al colegio en tren, a la mili en tren, nos hemos ido del pueblo en tren y
hemos vuelto cada verano, lentos viajes, con niños y maletas, las largas
cuestas que nos sacan de los valles industriales, de las enormes ciudades de barrios
monótonos, los repentinos túneles que nos abren al páramo, a la tierra reseca y
dura de la infancia. A pesar de la sed, el calor, el cansancio, el hambre y los
huesos molidos por los incómodos asientos, miramos por la ventanilla con la
mirada del que busca los signos conocidos: un campanario, una ermita, una gran
roca. Con la alegría de ver a los que quedaron allí, en el pueblo casi vacío,
de reencontrar a los que vuelven como nosotros (los otros emigrantes que, nada
más pisar el suelo de la estación, dejan de ser emigrantes y vuelven a
reclamar, con orgullo recobrado, el derecho a pertenecer a un lugar, a una cultura, a una comunidad), el
alivio y el dolor punzante de saludar entre susurros, otro año más, a los que
sólo permanecen en los nombres de las lápidas de un cementerio pequeño y pobre
y en los agrietados retratos de las repisas de las chimeneas, las paredes
desconchadas y los armarios sombríos.
(...)MUY PRONTO EN LA WEB...
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